Era una noche de luna nueva, no se veía nada. Si observabas el cielo podrías contemplar la dulce y bella vía láctea. Yo, iba andando sola por las calles oscuras de un pequeño pueblo.
No sé por qué había salido a aquellas altas horas de la noche, lo que si sé, es que por
una extraña sensación creía que mi
dormitorio era inseguro. Sentía que alguien
estaba ahí, observando cada suspiro, movimiento… Entonces me levanté, me
vestí y me encaminé hacia la entrada de mi casa.
Vagabundeé por el
pueblo con la certeza de que alguien o algo me seguía, escuché pasos detrás de
mí y comencé a correr. Noté que esos
pasos aligeraban y de repente choqué con el pecho de un muchacho, alcé la vista, y vi sus ojos
azules observándome con un ligero toque de preocupación. Nos quedamos un buen
rato mirándonos, como si nada hubiera en nuestro alrededor nada más que él y yo, en esa
callejuela. Sin mediar palabra me besó dulcemente, entonces yo me acordé que
huía de algo. Luego, me miró a los ojos y
me dijo que no me preocupara que aquel que me perseguía estaba muerto.
Yo me giré y efectivamente había un hombre tendido en el
suelo. Volví de nuevo la cabeza hacia
esos ojos azules, y estos y su dueño ya habían desaparecido, luego
asustada miré hacia donde se
encontraba el cadáver, éste ya no estaba.
María Ángeles Romero
María Ángeles Romero
