jueves, 2 de enero de 2014

Invierno



A media tarde, comenzaba el crepúsculo, oscureciendo cada parte de este frío pueblo.
 Nosotros quedamos a la tibia luz de una farola.
Yo, llegue primero y vi como su sombra vagabundeaba hacia mí entre  fríos copos de nieve.
Cuando dicha sombra se acercó, sentí que me deshacía, así pues, morí en su tierno, cálido y dulce abrazo.
Me levantó  dulcemente la cara con su mano, haciendo pues, que sus ojos penetraran en el fondo de mi iris.

Poco a poco acercamos nuestras frías bocas buscando calor, y me fundí por completo entre sus brazos.

Ahora tan solo soy agua, que se mueve en las finas capas del amor; caigo, caigo y vuelvo a caer entre cataratas.

Luego, recoge mis caídas y las congela en un lago,  haciendo de mis tropiezos un paisaje de ensueño.
María Ángeles Romero